28 Dic En las orillas del cielo
Los pilotos Thomas de Dorlodot y Ramón Morillas (el autor del artículo), junto con Sebastián Álvaro (productor y líder de la expedición), Ramón López y Pepe Villén (apoyo logístico, observadores FAI y operadores de cámara en tierra) y Mariano Izquierdo (cámara) han realizado una expedición en parapente y paramotor al Karakorum (Pakistán). Aquí está el relato en primera persona de Ramón, de esta espectacular expedición.
Mientras más de medio mundo vibraba con el fútbol y las calles de toda España ardían con la celebración por tener la copa de campeones del mundo en casa, nosotros, en dirección contraria, viajábamos a Pakistán. Nuestros objetivos eran numerosos y de envergadura y por eso necesitábamos tiempo. Por esa razón íbamos a pasar más de 50 días al Karakorum, la zona con mayor concentración de altas montañas del planeta, un fantástico lugar que acoge cuatro de los catorce ochomiles, decenas de sietemiles y centenares que superan a la mayor altitud de Europa. Pero antes de continuar con este relato del viaje dejad que os explique quiénes éramos, qué queríamos hacer y en qué lugares centraríamos nuestra actividad:
De un lado teníamos planificados dos proyectos de vuelos, unos en parapente y otros en paramotor. Como pilotos iríamos Thomas de Dorlodot y Ramón Morillas (el que escribe), mientras que Ramón López y Pepe Villén nos darían apoyo logístico y harían de observadores FAI y operadores de cámara en tierra.
En vuelo libre queríamos intentar hacer un vuelo vivac en el valle de Wizer, continuar hasta Karimabad en el valle Hunza (que James Hilton idealizó en su mítico Shangri La) para acabar en el glaciar del Baltoro, uno de los más largos del Karakorum, y en la aldea de Askole. Serían unos 500 kilómetros volando sin motor y caminando. En paramotor nuestro sueño era la exploración aérea en la zona del Broad Peak y K2, con vuelos a gran altitud entre glaciares y cumbres de más de 8000 metros. Paralelamente a esos planes de vuelo, íbamos también a dar cobertura aérea a la expedición del Equipo Nacional Femenino Alpinista (ENFA), que pretendía escalar varias montañas vírgenes, entre ellas la esbelta torre de roca conocida como Sebas Tower, (en las cercanías del Laila Peak y el Gondogoro La (collado utilizado para ir del glaciar de Baltoro y Concordia, a la aldea de Hushé).
Nuestras imágenes y fotos aéreas les serian de ayuda para decidir la ruta de ascensión a la cumbre y servirían al documental que posteriormente se realizará de esta experiencia única. Por último Sebastián Álvaro era el productor y líder de la expedición, gracias a su experiencia como jefe de expediciones de grandes aventuras en esta misma zona. Para acometer una empresa tan ambiciosa como esta son muchos los detalles, problemas y logística que hay que resolver, y para ello es necesario tener templanza, decisión y experiencia a la hora de enfrentarse a estos retos. Para ayudarnos a conseguir imágenes de calidad venia con nosotros el cámara Mariano Izquierdo, buen amigo y gran profesional.
No puedo nombrar a todos los porteadores que trabajaron con nosotros, pero si decir que sin ellos todo sería muy difícil, por no decir imposible: son hombres fuertes capaces de transportar un bidón de 25 kilos todo el día. Y sin comer ni beber una gota de agua hasta el anochecer pues estuvimos en pleno Ramadán. Y además las gentes de Hushé, la aldea donde centraríamos nuestra expedición, son personas amables y leales, siempre preocupados por nosotros. Chapeau por ellos.
Primer acto de la comedia: En cuatro días de Granada a Hushé, pasando por Barcelona, Islamabad, la Karakorum Highway y Skardú: toda una aventura por sí sola de la que podría escribir un libro. Después de poner orden en toda la carga de materiales, rellenar las botellas de oxigeno y comprar el combustible, estábamos razonablemente contentos y con ganas de acción. Los paramotores empezaron a funcionar y rugir, los habitantes de Hushé, que ya nos conocían del año anterior, esperaban para ver como volvíamos a levantar los pies del suelo cual pájaros de montaña. El año pasado quedaron literalmente conmocionados con esa visión y estaban ansiosos por vernos de nuevo, pero este año sería diferente. Y, desgraciadamente, el tiempo también fue muy diferente. El monzón no paraba de hostigarnos, llevándose puentes, aldeas y carreteras.
En Pakistán se comenzaba a desarrollarse una gran tragedia. Mientras, en Hushé, desesperábamos: llevábamos cuatro días y no paraba de llover. Pero, a pesar de todo, con nubes bajas y plomizas, siguiendo el curso del río Hushé y el glaciar del Masherbrum, conseguí volar dos veces el mismo día para reconocer y fotografiar la Sebas Tower. Fue un tipo de vuelo muy diferente a los del año pasado, con farallones de montañas a todos lados y glaciares debajo. Sin poder remontar a más de 5.000 metros, uno vuela con mucho cuidado o, como diríamos por mi casa, con el culo apretado, pues no hay otra expresión que lo defina mejor. Sin lugares para aterrizar, una parada de motor o cualquier emergencia que en otro lugar se resolvería sin problemas, allí se podría convertir en una desgracia. De todas formas gocé de las vistas de las montañas saliendo entre nubes, un paisaje fantasmagórico que auguraba una expedición bonita pero, climatológicamente hablando, también muy complicada.
A Simón Elías, líder del equipo femenino, le parecieron bien tanto las imágenes como las fotos que hice y mientras ya se organizaba con Miriam Marco, miembro del grupo, para empezar a inspeccionar y montar los campamentos que les llevarían a cima, el equipo de vuelo regresamos a Skardú.
Vuelo vivac e inundaciones
Nos despedimos del equipo de chicas, de Sebas y de Mariano y con el jeep del amigo Mansur cargado a tope, con los parapentes y equipos de filmación pusimos rumbo al valle de Ghizer, alejándonos al oeste de la región. Durante dos largos días pasamos por innumerables poblaciones siguiendo el curso del río Ghizer, tierras fértiles donde el río genera vida y riqueza, pero a veces, como ha sido este año, también las arrasa. Disfrutando de ese paisaje, con deseos de volar, no podíamos ni imaginar lo que se nos avecinaba. ¡Que fragilidad la del ser humano ante las fuerzas desatadas de la naturaleza!
Ya no aguantábamos más horas de caminos y coche, así que justo antes del Shandur Pass, en las cercanías de Buni, decidimos que empezarían nuestros vuelos. El parte meteorológico que nos daba mi hermano Juan Morillas, desde la oficina de Draco, decía que tendríamos un día de vuelo pero los tres siguientes serían lluviosos. Caminamos tres horas al primer despegue, teníamos la referencia de los vuelos de Demian, un amigo de Granada que el año anterior despegó por aquí. Como siempre, hay que improvisar despegues y caminos de subida, a veces auténticos caminos de cabras, comprometidos y peligrosos. La verticalidad de las montañas hace que encontrarlos cueste bastante y al final siempre acabas trepando por rocas y terreras muy empinadas, un error en estos lugares se puede pagar caro.
Con condiciones muy flojas, pues estaba todo muy tapado por nubes, nos fuimos alejando, dibujando los relieves, con el viento de frente y sin poder sobrepasar las cimas ni de lejos. Trabajábamos para no hundirnos, en momentos me imaginé que estaba en el tramo de el Remo a Fuencaliente, en la isla de la Palma, con el viento fugado sorteando acantilados. Eso me sirvió un buen rato y peleando conseguí llegar a Gupis pasando el lago del mismo nombre. Tom se había quedado una hora antes a mitad de camino, y yo llevaba ya un tiempo esquivando cúmulos congestus que cada vez crecían más. Por fin, en Gupis el valle del río Yasin que viene del norte me engulló con fuertes vientos y no pude más que pasar al otro lado del río y aterrizar en una pequeña aldea. Como es costumbre la gente inmediatamente me rodeó y comenzó a hacerme mil preguntas; a veces cuesta plegar el ala rodeado por la chiquillería. Luego, por supuesto, una invitación a té y a caminar…
Todo pasa y todo queda
Esto podría haber continuado siendo un relato de vuelos, pero en realidad nuestro camino fue otro. Empeñados en volar, con 15 días por delante, no nos importó esperar tres días a que dejara de llover. Quizás no supimos analizar que en el Karakorum, y en temporada monzónica, las condiciones siempre pueden empeorar. Con tantas montañas altas, valles profundos y lluvia incesante, nos podíamos quedar atrapados. Así sucedió. El río subió muy rápido, tanto que se llevó varios puentes y arrasó tramos de la carretera que llega a Gilgit; en algunos puntos directamente desapareció engullida dentro del devastador torrente.
Las noticias del resto del país eran desoladoras, cada día aumentaba el número de desplazados y desaparecidos. Y nosotros perdidos en medio de las montañas y de un importante bastión islamista. Intentar regresar implicaba abandonar el jeep de Mansur y parte de la carga. Así que, literalmente, aguantamos el chaparrón en Gakuch, hospedados en casa de unos jóvenes, que nos abrieron su casa sin condiciones, compartiendo tortilla de patatas, sopas, pollo a la paquistana y lectura. Al fin, el primer día despejado, madrugamos; Ramón López y Pepe Villén intentarían llegar a Gilgit por tierra (acompañados de nuestro chofer Mansur), mientras Tom y yo lo intentaríamos volando.
A ellos les costó todo el día y más de siete transbordos con las consiguientes caminatas, tirolinas y pasos complicados; mientras tanto, a nosotros, con muy poca térmica y viento de cara, las esperanzas de conseguirlo se nos fueron desvaneciendo como nubes del Olimpo. Cuatro horas me costó llegar a Gilgit, una vez más con pésimas condiciones: muy bajo fui recorriendo los 50 kilómetros que separan las dos poblaciones, observando a vista de pájaro los destrozos en las aéreas inundadas. Ese día desde el aire fui tomando conciencia del problema de este país. Luego supimos que en las zonas más llanas del sur de Pakistán la situación era catastrófica, con miles de muertos y millones de desplazados.
Tengo que señalar, que no me extraña que en este valle, pilotos como Brad Sanders, Demian, John Silvester, Julien Wirtz o Philppe Nodet, realizaran vuelos alucinantes pues nosotros con muy malas condiciones, sin ni siquiera remontar por encima de las cumbres, dibujando el relieve, conseguimos salir y recorrer casi todo el valle hasta Gilgit. Creo que es un sitio ideal para volar cross en montaña.
Para rematar el panorama, Gilgit estaba tomada por los militares, el día anterior había habido altercados, más o menos habituales en la ciudad, entre sunitas y chiítas, que terminaron con disparos. A Hunza no se podía viajar por los cortes de carretera y el parte meteorológico nos daba un solo día de vuelo, por lo que decidimos salir de allí cuanto antes, y dirigirnos al imponente valle de Shigar, uno de los más grandiosos del Karakorum, en las cercanías de Skardú. Queríamos intentar realizar algún vuelo en la zona de la aldea de Askole y el glaciar de Baltoro.
Ríos de cemento
Una noche entera viajando por carreteras paquistanas sin dormir, un buen desayuno en el Hotel Concordia de Skardú y allí estábamos subiendo de nuevo a un despegue. Demian me avisó de que el sitio no era demasiado bueno, pero a nosotros no nos daba para buscar otro. Así que allí volamos dos días sin gloria. Una inversión térmica no nos dejaba pasar de 3.500 metros de altitud y las subidas al despegue, eran, como siempre, de vértigo. Al menos vivimos aventuras. El segundo día Tom se aventuró por el valle del río Shigar, en la dirección a Askole, por encima no se podía, así que entre tres y cuatro mil metros de altitud, se desplazaba alegremente siguiendo el curso del río dirección norte. Una vez en tierra, le comenté que se buscara una manera para ir regresando y nosotros nos acercaríamos a buscarlo.
Cuando lo hacíamos escuchamos un fuerte ruido y vimos una especie de río de hormigón que cortaba la carretera. Cogí la cámara y totalmente asombrados descubrimos una avalancha de lodo que bajaba de un valle glaciar. Hasta entonces pensaba que estas cosas sólo se suelen ver en televisión. Pero ahora la teníamos delante, un río de lodo incontenible de más de veinte metros de ancho y una fuerza descomunal, arrastrando rocas del tamaño de un coche, devastando, a impulsos rítmicos como las olas del mar, cuanto se encontraba a su paso. Al otro lado, justo en el mismo momento y en la otra orilla apareció Tom en una motocicleta; estábamos anonadados, sin pensarlo le dije que se subiera lo más rápido posible a las laderas de enfrente. Mientras andaba a toda velocidad, (quedaban pocos minutos para la puesta de sol) los viajeros atrapados a ambos lados del río de cemento armado, nos miraban atónitos. ¿Que piensan que van a resolver subiendo a la montaña?, debían preguntarse… A los pocos minutos Tom desplegaba su parapente, un Gradient Aspen 3, y despegaba, sobrevolando la avalancha y aterrizando de nuestro lado. La gente no dio crédito: qué manera de sortear la adversidad de la naturaleza. Un gesto simpático ante tanta desgracia.
Perdidos en el Karakorum
Habíamos agotado los días de vuelo sin motor, la otra parte del equipo nos esperaban para hacer el intento de paso a Concordia por el Gondogoro La y hacer las imágenes aéreas de la ascensión a la Sebas Tower por parte de las chicas. Así que regresamos a Hushé.
Los partes meteorológicos seguían malos. Juan me contaba que una masa nubosa se desplazaba de la India a Pakistán, dejando lluvias incesantes a su paso. Con esas condiciones no podía darnos una predicción para cuantos días. Los partes meteorológicos del NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration) solo eran precisos, y no del todo, a un par de días. A más días no aparecía claro. Los lugareños lo resolvían a su manera: “maybe yes maybe not… inchallah” lo que viene a traducirse, como “quizás sí, quizás no, ya veremos…” Las noticias de las inundaciones en el país eran cada vez más alarmantes; por suerte para nosotros en nuestra zona, por el momento solo había destrozos materiales. A nuestro alrededor las avalanchas de roca se multiplicaban y los torrentes bajaban incontenibles. Los puentes y las carreteras que debían permitirnos bajar a Skardú directamente habían desaparecido. Y, días más tarde, la cercana aldea de Tallis sería arrasada por un torrente como el que habíamos visto, provocando cuantiosos destrozos materiales, y desgraciadamente 16 personas enterradas bajo el lodo.
Como los días pasaban, entre claros de nubes y lluvia, en Hushé hicimos unos vuelos en biplaza. A Litle Karim le dimos un paseo por su pueblo, es el primero de allí que ha podido disfrutar de la sensación de planear por los cielos del Karakorum. Karim es posiblemente el porteador más famoso de Pakistán y uno de los más conocidos en el mundo. Se hizo conocido por su fuerza y arrojo, ha participado en innumerables expediciones al K2, Broad Peak, Gasherbrums y otras grandes montañas de la zona. Varias televisiones le han dedicado documentales y se podría hacer un libro de con sus relatos de montañas y cumbres, pero yo me quedo con su autenticidad y hospitalidad.
Al aterrizar le dije que era mi padre de Pakistán y quedamos emparentados para siempre. También volamos con Sebastián Álvaro, que ya había volado en los comienzos del parapente en España, y se prestó a volar conmigo y hacer planos aéreos del pueblo. También es una gran persona y buen compañero. Y por último, y como regalo antes del intento de hacer cumbre de la Sebas Tower, paseamos a las cuatro chicas del Equipo de alpinismo: cuatro vuelos seguidos en un intenso y divertido día.
Empezamos poco a poco, relajados sin más intención que la de aproximarnos al Gondogoro La. Primero nos acercamos en el campo base de la Sebas Tower, en Golom. La intención era la siguiente: por tierra llevaríamos todas las cargas y materiales a Concordia, esto les costaría a Sebastián Álvaro y el resto del equipo unos cinco días. Mientras, nosotros, iríamos por el cielo, dos horas de vuelo aproximadamente pero superando y sobrevolando glaciares y collados a gran altura, y para eso la meteo tenía que acompañar, pues el Gondogoro-la está a casi 6.000 metros y Concordia está al otro lado, en la intersección de los glaciares Godwin Austen y Baltoro.
Esta empresa la veníamos estudiando y desarrollando desde el año anterior, cuando al final de la expedición al Nanga Parbat, pasamos por Hushé a mirar. Fue tan bien, remontamos tan alto y la meteo fue tan buena que decidimos intentar repetirlo en las cercanías del K2.
Para mí, además de las mil historias y problemas que había que preparar, lo que más necesitaba era tener un buen apoyo abajo, es decir una pista para despegar y mi gente allí pendiente, pues como ya he dicho, la zona tiene pocos sitios de emergencia y desplazarte por ahí sin un plan de vuelo con varias alternativas resulta muy peligroso.
Vuelos monzónicos
Despegar a más de 4000 metros en plano y con vientos constantemente catabáticos, cuesta. Los glaciares mandan siempre aire frío hacia el fondo de los valles y las brisas térmicas a duras penas los pueden contrarrestar. De hecho en la zona de Golom, donde estábamos acampados, siempre venia del Glaciar del Masherbrum, que por cierto además de ser enorme y muy empinado, al contemplarlo durante días y a diferentes horas, parece estar vivo. Con nubes por el día, dejando asomar puntos iluminados, estrellas en la noche, o a la luz de la luna, siempre me indicaba el camino a seguir y no me cansaba de contemplarlo.
Como decía antes despegar ahí cuesta, sobre todo si tenemos en cuenta la cantidad de accesorios que llevábamos encima; de broma Tom y yo decíamos que solo nos faltaba llevar azafatas para que fuera un vuelo de línea. Comida, agua, oxigeno, ropa de abrigo, kit de emergencia, herramientas, crampones, etc… un sinfín de cosas importantes, que sumaban un peso de más de 50 kilos de equipo a la espalda, en despegue. Las primeras carreras te dejaban exhausto, sin aire, como un pez fuera del agua y mareado, fallar un despegue era lo peor pues para volver a empezar había primero que recuperar el resuello. Por suerte el cuerpo se va aclimatando y al cabo de varios días hasta podíamos hacer maniobras de acro motor para deleitarnos, por supuesto estábamos esperando a que los techos subieran y pasar a nuestro deseado Baltoro. Fue en esos días cuando volamos el Laila Peak, la Sebas Tower, y me aproxime al Gondogoro La y el Masherbrum. Los ratos que no llovía los aprovechamos al máximo.
Al mismo tiempo, a solo seis horas de los glaciares, el equipo de tierra tuvo que abortar el paso a Concordia y Baltoro superior, debido a la mala meteo y que los porteadores no querían pasar (con razón, pues caían piedras). En estos días los desprendimientos de rocas eran constantes y hacían muy peligroso el paso, después de haber hecho un intento, en el que tuvieron que dar la vuelta, casi en el collado, a media noche y con lluvia torrencial por encima de los cinco mil metros. Con las previsiones que teníamos se hacía necesario un cambio de planes.
Mientras delante de mis ojos se desarrollaba una escena de lo más inusual en un campamento base, el ritual antes de subir a cumbre por parte de las chicas, yo estaba hablando como todos los días con el teléfono satélite con Sebas que me contaba que no iban a poder pasar a Concordia: “piensa que hacer y como reorganizar tus vuelos”. Fue como un jarro de agua fría, pues parecía que al día siguiente saldría bueno de verdad. Llevaba esperando cuatro días, durmiendo con el mono de vuelo y encima el parapente, y me quede pensando como continuar. Lo mejor sería quedarnos en Golom y ocupar el día siguiente para hacer imágenes de la ascensión a Sebas Tower. Aprovecharía para acercarme justo al paso del Baltoro, y así lo tendría explorado para cuando vinieran días mejores y poder hacer vuelos a Concordia de ida y vuelta, esto implicaría un poco más de riesgo y menos tiempo de vuelo en la zona del K2.
Apo Ali
Tal y como lo pensamos lo hicimos. En una explanada junto a la morrena lateral del glaciar y a unos 20 minutos del campamento base de Golom, llevamos los motores, gasolinas y repuestos. Thomas regresó con los chicos por tierra. Me quedé de piedra al volver a verle: había perdido 10 kilos de peso. Entre una diarrea persistente y las caminatas se quedó, como decimos en Andalucía, “en las guías”, me recordaba a nuestros días del Cross Alps, donde sin parar de andar, correr y volar atravesamos los Alpes de punta a punta, en una carrera vertiginosa, contra nosotros mismos y 30 atletas más.
En esa explanada, conocimos al Apo Ali, un pastor del Karakorum muy especial. Apo significa abuelo en baltí, la lengua de los nativos, una especie de tibetano arcaico, pero es al tiempo una especie de trato respetuoso con las personas que ya tienen canas. Entre vuelo y vuelo y los tiempos de mecánica, en su pequeña cabaña nos invitaba a té, yogurt y demás derivados de la leche de cabra. De una forma artesanal, con instrumentos rudimentarios, aprovecha al máximo sus recursos. Cuando lo ves notas que está calmo, sin necesidades superfluas, mantiene una armonía perfecta con el medio que le rodea, que no es poco. Él habita en verano pendiente de las cabras y ovejas de todo Hushé, por lo que recibe unas pocas rupias, vive al lado de un glaciar, rodeado de montañas impresionantes, un arroyo pasa junto a su cabaña y por las noches el Leopardo de las Nieves viene a visitarlo.
A mí me pareció un mago o santón. Un día en el que después de varios intentos de despegue, con carreras de casi 100 metros y cargado como una mula, me había caído al arroyo y rompiendo varias líneas del suspentage, vino el Apo Ali me cogió de la mano, me puso de rodillas y realizó una serie de pases mágicos canturreando algo, con unas piedras en la mano, al final tiró las piedras al aire y me dijo que lo intentara de nuevo. Le hice caso y, a la primera, despegué.
En los días que pasamos allí, conseguimos algún vuelo por encima de 6.500 metros, vuelos en los que nunca use oxigeno y en los que realizamos imágenes y fotos alucinantes, pero siempre entre nubes y a veces con lluvias. Yo ya estaba bastante aclimatado y cuando no me cargaba a tope despegaba sin problemas, por eso me dedicaba a hacer algún mandado aéreo, como ver por donde andaban escalando las chicas en la Sebas Tower o bajar a Hushé a por bujías y piezas que teníamos repartidas en diferentes campos, y también para visitar a los amigos. Trabajamos más de treinta horas en mecánica de altura, pues los motores se comen las bujías y dan fallos de carburación. También el combustible deja mucho que desear. Para buscar el mejor rendimiento, cambiamos hélices con diferentes pasos y diámetros, también tubos de escape y limpiamos a conciencia carburadores y sistemas de combustible. En fin, nos entreteníamos bastante, y trabajo no nos faltaba.
Crash en el Glaciar
Nos quedaban ya pocos días y decidimos bajar a Hushé y desde allí hacer los vuelos a Concordia, aunque quedaba un poco más lejos y habría que afinar más. Las previsiones nos daban un par de días buenos y teníamos que aprovecharlos. El plan era recorrer los 25 kilómetros que nos separaban del Gondogoro La lo más rápido posible, intentando remontar a más de seis mil metros. Si el paso estaba despejado nos internaríamos sobre la vertical de Concordia, todo en menos de dos horas. Si todo estaba bien nos acercaríamos al Broad Peak y K2, por supuesto guardando una reserva suficiente de combustible para traspasar de nuevo el collado de vuelta. De todas formas, por si acaso, había calculado que a motor parado, si llegábamos con 6.500 metros de altitud en el Gondogoro, tal vez podríamos regresar a Hushé. Si no, gracias a los 20 días que llevábamos reconociendo la zona tanto por tierra como por aire, sabríamos buscar un aterrizaje alternativo. Otra emergencia que teníamos prevista era la posibilidad de vernos tirados en el glaciar del Baltoro, es decir en un lugar a más de una semana de caminata.
La visión aérea del glaciar de Baltoro la teníamos clara en nuestra mente. Un explorador a comienzos del siglo XX la describió con una frase que se ajusta a la realidad: “La mejor expresión de las fuerzas orogénicas del planeta”. Desde el aire es como una gran serpiente plateada y negra de 61 kilómetros de longitud, un enorme río de olas gigantes congeladas. A gran altitud ni me imaginaba buscando un lugar donde aterrizar en medio de los bloques de piedra. Lo único que teníamos eran las referencias que nos dieron Litle Karim y Sebas Álvaro, que nos explicaron donde se sitúan los campamentos militares fijos y los de las expediciones regulares.
El día anterior llegamos al Gondogoro La, paso natural a Concordia, volamos a 6.500 metros y tanto Tom como yo hicimos fotos e imágenes espectaculares, no pasamos pues el viento era muy fuerte de oeste y si lo hubiéramos hecho no habríamos podido volver. La visión del glaciar del Baltoro, el K2 y Broad Peak fue impresionante, la sola idea de tener que aterrizar allí sin apoyo daba vértigo… Por eso yo hubiera preferido tener un equipo abajo dándonos apoyo e información de vientos y demás condiciones, pero a esas alturas de expedición eso ya estaba olvidado. Así que totalmente mentalizados a que casi seguro no regresaríamos a Hushé ese día, nos lanzamos a la gran aventura.
Al día siguiente despegamos muy decididos a entrar y aunque el viento venia justo de norte, una característica bastante anormal, continuamos a duras penas y con bastante turbulencia llegamos al Gondogoro La, después de haber sobrevolado el Laila Peak y el glaciar del Characusa. No lo dudamos y entramos directo a Concordia muy por encima del Mitre Peak, una montaña de seis mil metros. Estar sobrevolando Concordia a casi siete mil metros viendo a nuestros pies los glaciares de Baltoro, Godwen Austin y el Vigne, es una de las visiones más imponentes que he tenido en mucho tiempo, rodeados de la mayor concentración de montañas de más de 7.000 metros del planeta. De pronto mi motor se paró sin remedio, ¿que hacer?. Decidí intentar regresar por donde vinimos. Gracias a que ese día llevaba el Omega 8 de Advance, podría apurar el planeo. Con el viento en cola muy descendente pase muy justo por el Gondogoro en dirección al Laila.
Mi idea era llegar a un prado junto a la morrena del glaciar, pero los vientos descendían y mi tasa de caída aumentaba como en un parachutaje, bajando a más de 7 metros por segundo… el glaciar me tragaba sin remedio. Cuando intenté enfrentarme con la zona de aterrizaje, una gran turbulencia me sacó de la vertical del pradito, ya sin opciones, me la jugué viento en cola entrando en una zona glaciar mas plana justo debajo del Laila, todo lo demás eran morrena con grandes rocas. Entre muy justo, a gran velocidad y descendiendo a tope, en el último momento casi tenia seguro que me rompería algo, levanté las piernas y el chasis toco primero, luego revolcón entre rocas deslizando por el hielo… y así acabó el “glaciarizage”. Increíblemente no tenía nada mal, las botas de Boreal y el chasis me habían salvado las piernas. Me levante sorprendido… y contento. Ahora a ver cómo salía de aquella historia…
La primera evaluación fue rápida: chasis totalmente doblado, deposito roto y hélice partida, por un momento maldije no haber aterrizado bien, pues tal vez podría despegar allí mismo, luego me di cuenta de que gracias a que me protegí con el chasis yo estaba intacto, en mi mente tenia los últimos instantes en los que dando vueltas me golpeaba el pie con una roca y las súper botas que Boreal me preparó pensando en el frío, terminaron protegiéndome de los golpes. Rápidamente le dije por radio a Tom que se bajara a Hushé y avisara al resto del equipo, mientras yo me organizaría para bajar.
El sistema de seguridad funciono a la perfección, de un lado por teléfono satélite hablé con Sebas, que me explicó cómo salir de allí, ha pasado tantas veces que lo tenía clarísimo. También organizo a tres porteadores los mejores, que salieron en menos de una hora hacia mi encuentro. Con el sistema Spot en España mi hermano Juan ya tenía clara mi posición. En este caso como no había sufrido ni un rasguño casi todo sobraba, además dentro de lo malo era el mejor sitio de la zona para accidentarse, en el planeo desde Concordia hasta la base del Laila pasé por glaciares colgados a casi seis mil metros de altitud, collados sotaventados y muy justo de altura, por momentos pensaba que no pasaba y tendría que improvisar un aterrizaje.
De hecho una vez cerca del Gondogoro pensé que si no pasaba, y tampoco llegaba a Concordia, en el último momento habría sido un desastre. Por suerte ahora estaba desmontando el chasis y preparando cuatro cargas para los porteadores. Dejé la vela extendida encima de una piedra para poder luego encontrarla, cogí lo imprescindible y empecé a buscar un camino descendiendo entre las grietas del glaciar. Quedaba poca luz y tenía que intentar llegar al campamento base de nuestro amigo y tocayo Ramón Portilla, que en estos días intentaba el Laila. Gracias a las indicaciones de Sebas en menos de 3 horas estaba en el destino. Ramón y su compañero Carlos estaban vivaqueando en la montaña para intentar cima al día siguiente.
En su campamento, el cocinero y los guías, me miraban sorprendidos ¿De dónde venía y qué coño quería?, al decir que era Ramón Pongee el volador, todo cambió, me dieron comida y cobijo, también me interrogaron sobre todo lo acontecido en el último mes, hasta el más mínimo detalle. Por supuesto estaban muy interesados en los pormenores sentimentales de una expedición tan concurrida y con tantas mujeres. Estos hombres pasan el verano en la montaña, bien porteando o ayudando en el Rescue Team del Gondogoro, sin ver a sus familias y en un entorno bello pero hostil. Me temo que no pude saciar sus curiosidades. La historia acabaría al día siguiente, de un lado los tres porteadores, que muy preocupados llegaron a mi encuentro de madrugada, subieron a por sus tres cargas; yo con la mía fui bajando con Apo Ali que también había subido a ver como estaba (las noticias allí vuelan más rápido que los pájaros).
Así que durante todo el día fui caminando por lugares que sólo conocía a vista de pájaro; en momentos me sorprendía a mi mismo sintiendo todo mi cuerpo, repasando miembro por miembro, con una sensación entre sorprendido y afortunado ¿Fueron los pases mágicos del Apo Ali los que me salvaron? En todos los lugares en los que me crucé con personas del valle que pase, se alegraban de que estuviera bien y todas me decían lo mismo: “el motor, a tomar por culo, lo importante tu bien”. Son muchas las expediciones españolas las que pasan por el Karakorum y los de allí aprenden rápido.
Lo más importante de resaltar en este episodio de nuestra aventura en el Karakorum, es la amabilidad y disposición de los habitantes de estas zonas perdidas, te ayudan, abren sus casas y corazones sin pedir nada a cambio, toda una lección, que justo con los trágicos acontecimientos del tiempo que pasamos aquí, hacen que cualquier reto deportivo sea insignificante y pierda importancia al lado de lo esencialmente humano que vivimos.
Ramón Pongee
Desde el año pasado, todavía no sé bien porqué, en Hushé y alrededores me conocen por Ramón Pongee. No sé qué significa pero sé que es en señal de respeto. Cuando regresé de mi aventura en los glaciares, me esperaban y todos se alegraban de que hubiera salido bien de aquella emergencia. Según Sebas se preocuparon más de lo que se hubieran preocupado en circunstancias similares en mi pueblo. En cada despegue y aterrizaje los niños y muchos adultos venían a mirar, creo que esta gente nos quiere y nosotros a ellos. Espero que en los largos días de invierno, en que la nieve cubre la aldea durante muchos meses, se acuerden de nosotros y al menos tengan un tema diferente de conversación.
El final de la historia, como siempre es el regreso, y como siempre es lo más aburrido: largas hora de coche, esperas, aviones y demás rollos, solo decir que en Skardú enderezamos el chasis y con Thomas hicimos unos formidables vuelos de relax en las dunas junto al río Indo.
Tenemos que estar contentos por las decisiones que tomamos, que luego se comprobaron eran las más acertadas, por regresar a casa y por la certeza de que regresaremos al Karakorum. No vinimos tristes, aunque uno de los objetivos era intentar remontar a 8.000 metros, pues los que llevamos tiempo en este negocio sabemos que lo importante no es conseguirlo, sino las mil aventuras que ocurren al intentarlo. La exploración aérea de estos lugares es un reto de gran envergadura y las posibilidades son muy amplias, tanto como las montañas que los conforman. Estoy seguro de que cada vez serán más los pilotos que se internaran a descubrir caminos en el aire; igual que en el alpinismo será una suma de intentos y esfuerzos los que irán ganando parcelas a la exploración del Karakorum. Nosotros al menos abrimos una brecha en este maravilloso cielo. Allí arriba sentimos estar en sus orillas, en las orillas del cielo.
Una Reflexión que me ronda en la cabeza
Parece que estemos en un mundo en construcción, por donde mires, hay rocas y grandes laderas empinadas repletas de terreras, como una gran cantera, las montañas crecen, los glaciares mandan agua y erosionan los valles y las paredes. Donde pasaba una carretera, ahora un desprendimiento o un barrizal la corta. Hemos visto casas arrasadas en Tallis, Gupis y Gilgit, puentes destrozados, pueblos aislados y gente en los tejados. Pero lo más asombroso es como se organizan, para entre todos ayudarse y reconstruir, algo que en los países desarrollados hace tiempo que olvidamos. Donde había un puente, construyen una tirolina, donde la carretera desaparece, rápidamente organizan un desvío y la abren de nuevo. En fin ante la adversidad la unión de las personas siempre triunfa, aquí eso está mucho más latente que en nuestra vieja Europa, donde nadie se para a ayudar a nadie.
Agradecimientos
Como es fácil imaginar, para llevar a cabo una de estas expediciones hace falta un equipo de personas y un apoyo importante, a veces se nos olvida darle la importancia que tiene y si conseguimos realizar algún reto, record o lo que sea, parece que solo están los protagonistas para darles la enhorabuena, por eso quiero aquí intentar mencionar a todos los que de una forma u otra participaron de esta aventura.
Gracias a Diamir, que me fabricó un mono de plumas a medida. A Boreal, llevaba sus botas para el frío y me salvaron de un buen golpe. A Pap constructor de paramotores, y que después de tantos años siguen apostando por nosotros. A la fabrica HE, que les di la tabarra todo el año con el desarrollo del motor.
A Nirvana que con sus guantes no pasamos frío en las manos, a Peak Performans, que nos vistieron de arriba abajo, a Advance Paragliders por volar alto, a parapente Draco, a Sumit Oxigen, a Metallube, a Salomba Ventures, al Real Aero Club de España, a la Estación de Esquí Sierra Nevada, a C02 Logic por que limpian nuestras emisiones, a Black Diamond, a Helix, a Spot Europa, a Nac Intercom, a Gradient, a Vueling y a CompeGPS.
También a Sebastián Álvaro, Juan Morillas, Pepe Villen, Thomas de Dorlodot, Mariano Izquierdo, Hanif y Hassan Jan, Ramón López, Ester Sabadell, Patricia Trespando, Mirian Marco, Maider Fraile, Magdalena Ojer y Simón Elias. A Ramón Portilla y su compañero Carlos, por darme cobijo en momentos de apuro, a Pierre Aubert, Hermes Lago, José Luis Olías e Ignacio Valenzuela.
Y en especial a mi esposa e hijos que soportaron el verano solos.
Y a todos los porteadores y gentes que encontramos en el camino. Muchas gracias a todos.
Ramón Morillas
Septiembre 2010